Como esperaba, mientras desayunaba
con Natasha, otra viajera francesa que se iba a quedar en mi
hostal, apareció Joran, un guía toraja que
inmediatamente nos ofreció sus servicios para enseñarnos algunos poblados
de Tana Toraja (País Toraja) y de paso llevarnos a una
ceremonia que ya se había enterado que se estaba celebrando en Ariang,
una aldea cerca de Makale, a 25kms. de Rantepao. Por 350.000 Rp. me
llevaría durante todo el día a mí en su moto, y como Natasha había
alquilado una moto (70.000Rp.) ella nos seguiría, sirviéndonos como
intermediario entre la familia del difunto y nosotros, para luego continuar los
tres visitando la zona S. desde Makale a Rantepao.
Durante el trayecto nos detuvimos en un “toko” para comprar tabaco como regalo a
la familia del difunto que íbamos a visitar, aunque yo prefería comprar café,
pero Jorán eligió lo que parecía ser
el mejor tabaco indonesio. Más adelante observamos algunos vehículos Pick Ups cargados en su caja trasera de
gente vestida de riguroso negro dirigiéndose también a sus respectivos
funerales.
Una vez aparcadas bien las motos para no
colapsar la pequeña carretera de tierra que daba acceso al lugar en cuestión nos
encontramos con diferentes grupos de personas vestidas de negro que también
iban a asistir a la ceremonia. La seguimos y llegamos a una explanada donde
habían construido una pequeña aldea únicamente para la celebración de los actos.
Se trataba del segundo de los tres días que duran normalmente los eventos del
funeral (Rambu Solo) de
un Toraja. Aunque dependiendo de su estatus social
podrían llegar a durar muchos más pues se pueden llegar a congregar cientos y
cientos de asistentes, quienes se presentarán, ofrecerán regalos, cantarán,
bailarán y se les dará de comer y beber sin límite.
Este día estaba dedicado a ofrendar con una decena de búfalos, cerdos y algunas
cabras al espíritu de un hombre fallecido meses antes, que no es otra cosa que
cortarles el cuello de un tajo y esperar que mueran desangrados delante de
todos los asistentes. Niños incluidos. Actos muy desagradables de ver y oír...,
sobre todo los cerdos amarrados de patas a un madero, inmóviles bajo el sol,
esperando igualmente su degüelle. El alma del difunto viajará con el de
los animales los cuales lo acompañaran en "el otro mundo". Los búfalos son
muy importantes y apreciados en la cultura toraja porque también
ayudan en el pisado de las tierras que van a ser cultivadas, los utilizan para
la lucha entre ellos con grandes apuestas, sirven de moneda de cambio o compra
de terrenos....
Como esta ancestral cultura gira en
torno a la muerte, ya sea humana como animal, tras el fallecimiento de la
persona, la familia deberá tener, ahorrar o pedir prestada la cantidad de
dinero necesario según su estatus social para la realización de los actos. Es
decir, cuanto más ricos más fastuosos serán los funerales, que ni si quiera son
tristes.
Como mínimo, la familia con muy escasos
recursos sacrificaría dos. Si la familia quiere contentar realmente al
fallecido deberá invertir una enorme cantidad económica, que incluso puede
dejarla endeudada durante varias generaciones, y la mayoría del presupuesto se
va en la compra de búfalos, determinando éstos el nivel del
funeral. Antiguamente eran sacrificados hasta doscientos animales pero hoy
día parece ser que una norma estatal establece un máximo de cuarenta para las
personas más pudientes. Todo queda debidamente anotado y registrado para
el futuro y para las relaciones entre familias y vecinos, porque los regalos se
tienen en cuenta para los siguientes funerales que impliquen algún miembro de
aquellos otros.
Si la familia de la persona fallecida no
se ve de momento con los recursos adecuados deberá posponer el funeral durante
años o décadas!. Así que en muchas ocasiones el difunto convivirá con la
familia, conservado en formol, todo el tiempo que sea necesario.
Aunque la época de más celebraciones de
funerales es entre los meses de julio y septiembre, período de descanso tras la
recogida de las cosechas, que es cuando más tiempo tienen para prepararlo debidamente,
durante todo el año es posible asistir a ellos, siempre con un guía (lo piden
las familias para que no haya cierto descontrol), y es conveniente llevar algún
regalo como agradecimiento a la invitación. Se alegran y es un orgullo para
todos las visitas de los extranjeros. Tanto los familiares como los
invitados importantes son ubicados en casetas preparadas para albergarlos
durante todo el tiempo que dura la ceremonia. Muchos llegarán a dormir en las
casas tradicionales torajas (tongkonan)
utilizadas normalmente para guardar las cosechas de arroz, y otros, como los
que se quedan en mi hotel, preferirán la comodidad que ofrecen las habitaciones
de los hoteles.
Casi todos los asistentes visten de
riguroso negro, como manda la tradición, algunos con vistosos bordados y otros
pocos de cualquier color. Cada familia posee una variedad de tejidos
sagrados que se colocan de diversas maneras, según el contexto ritual y la
tradición local. En los funerales, destacadas personas utilizan unas pañoletas
de tela larga y estrecha (sarita) que llevan motivos
geométricos que se asemejan al diseño de las fachadas talladas de madera de los tongkonan y de los graneros de arroz, como
prendas que los hombres usan como cinturones alrededor de su cintura o unen
para formar las voluminosas faldas femeninas. También se colocan alrededor
de los muertos, para vestir la efigie de madera que representa al
difunto (Tau-Tau) o se cuelgan de
los aguilones de los tongkonan como estandartes
ceremoniales.
Estuvimos un buen número de horas acompañando el -para nosotros- atípico
velatorio. Me presentaron a la viuda y algunos familiares, me invitaron a café
y té y a acompañarlos en la comida comunal. El fallecido se encontraba en
un ataúd de madera, sobre una plataforma, tapado con telas de colores, a un
lado del recinto (Ramte) donde este
día se sacrificarían y luego se despellejarían y cortarían en piezas para
repartir entre toda la comunidad seis búfalos y tres cerdos.
Como el ritual duraba todo el día y no
queríamos invertirlo en lo mismo, decidimos continuar el paseo en moto dejando
para el siguiente día la continuación del funeral. Circulamos por las diferentes
carreteras que pasan por Tampagallo,
Surya, Kambira, Sangalla, Lemo y Londa, poblados que se caracterizan por sus enormes viviendas
tradicionales (tongkonan) en diferentes estados de conservación y
por sus características sepulturas en el interior de rocas y cuevas poco
profundas o en troncos de algunos árboles.
Una leyenda cuenta que los enterrados
en Londa son descendientes de Tangdilinoq, un tipo
que fue jefe toraja cuando su pueblo fue forzado a desplazarse
hacia las montañas tras ser expulsados de la región de Enrekang. Y
que los de Tampagallo son descendientes de Tamborolangiq,
el primer ancestro, que bajó de los cielos por una escalera de piedra.
Según la categoría social, las familias suelen enterrar a sus difuntos en
una roca, acantilado o en la tierra. En
los acantilados, donde cavan un hueco al que incluso ponen puertas con
candados, hacen un tipo de terrazas que parecen bloques de viviendas
donde colocan figuras de maderas talladas y vestidas con la ropa del
fallecido (Tau tau) al que representa y que en la mayoría de las
ocasiones es exacta al finado. Estos “moradores” se asoman a los balcones
apoyados sobre las barandillas con las manos extendidas hacia afuera, y lo
que parecen ventanas no es otra cosa que nichos funerarios. Tau Tau en toraja significa hombres, y realmente
parecen como tales. Intentan emular las facciones de los que ya han abandonado
este mundo, guardando para siempre las tumbas de los muertos y protegiendo
a los vivos. Los familiares los visten, les dejan alimentos, bebida e incluso
cigarrillos.
También visitamos otras maneras de
enterramientos en enormes rocas redondas horadadas en forma de habitáculos con
ataúdes individuales o “compartidos” o con huesos de otros difuntos pertenecientes
a la misma familia. Y cuevas llenas de restos óseos acumulados allí con el paso
de las generaciones, desvencijados ataúdes de madera entreabiertos en forma de
canoa pudiéndose ver el contenido del interior, monedas, cigarros y restos de
comida que los fallecidos utilizarían en el más allá.
Aunque ya casi no lo hacen, a los niños
fallecidos que no les han salido los dientes se les lleva al Pohon
tarra (suele ser el árbol del pan), donde han hecho un agujero
rectangular en el tronco y se introduce en su interior de pie, siendo tapado
con fibras de palma y hojas.
Cuando un bebé fallece antes de la
dentición, la familia renuncia al ritual fúnebre normal y lo llevan a un árbol
concreto al anochecer, a la luz de las antorchas. Tallan un agujero cuadrado en
el tronco, introducen el cuerpo en forma vertical y lo cierran con fibras de
palma. Como éste árbol segrega un líquido blanco viscoso es interpretado como
la leche del que será alimentado durante los años que dure el anudamiento del agujero.
De esta manera seguirá creciendo en el interior del árbol... En el momento que
la cubierta de fibra cae años más tarde, el árbol ha regenerado y absorbido el
esqueleto. Parece ser que sólo un pequeño porcentaje de torajas todavía
utilizan esta forma tradicional de enterrar, pero que como práctica ya se ha
dejado de hacer.
En otro momento visité
a una familia que mantenía a una señora fallecida hacía varios años, vestida
con su ropa habitual de estar en casa y sus gafas de vista (!) a la que tuve
que pedirle permiso al entrar y luego despedirme de ella al abandonar la casa,
con la consiguiente satisfacción familiar. Se encontraba bastante bien
conservada tras serle suministrada una solución de formaldehído (o formalina), un
producto químico que se utiliza como conservante y bactericida. En ocasiones la pasean por el pueblo y todos la saludan!.
Esto es algo común en fallecidos y aún no enterrados.
Las familias dirán que "están enfermos" (están “makula”), nunca que están muertos. En casa les hablan, les
preguntan qué tal se encuentran, los lavan y limpian delante incluso de
menores, les ofrecen comida y bebida dos veces al día hasta les ofrecerán
cigarrillos o café dependiendo de los gustos del difunto. Creen que oyen porque
dicen que su espíritu está aún ahí y si no los cuidan bien creen que serán
perseguidos por éste. El resto de la familia que no vive en el pueblo vendrán a
visitarla o llamarán preguntando que tal sigue.... Convivirá con la
familia durante el tiempo que consigan ahorrar el dinero para realizar su
funeral y hasta que no lo celebren no pasará debidamente a la otra vida (puya). En diversos lugares, para renovar los vínculos con sus fallecidos
y en honor a las cosechas anuales, cada cierto tiempo los
cuerpos son exhumados de sus tumbas, mimados de forma meticulosa con
lavado, cortes de pelo, se les da un nuevo conjunto de ropa, cigarrillos o
incluso comida -esta ceremonia se llama Ma’nene, o Ceremonia
de Limpieza de Cadáveres-, desfilan por el pueblo en una muestra de
respeto y amor para que traigan una abundante cosecha, ya que los
muertos son considerados todavía miembros activos de la comunidad.
La gran mayoría de los torajas son
católicos, y aún conservan parte del animismo que practicaban antes de que
llegaran los misioneros a estas tierras a "salvar almas descarriadas
"(!). A lo largo de dos siglos de ocupación los holandeses
no se preocuparon de ellos a causa del difícil acceso montañoso a su territorio
y a la escasa productividad de estas tierras. Pero a finales del s.XIX les
importó más la propagación del Islam enviando entonces
evangelizadores para convertir al cristianismo a los toraja.
Algo que no pasa desapercibido en el
paisaje toraja son las casas tradicionales “Tongkonan”,
edificaciones ancestrales de características únicas en esta zona de Sulawesi. Son
edificaciones de madera, perfectamente ornamentadas con dibujos de búfalos,
gallos y otros motivos tallados y pintados en llamativos colores rojo y ocre,
así como en blanco y negro, el techo a dos aguas (las más sencillas) con hojas
de palma enlazadas, o de chapa ondulada, y sus picos extremos puntiagudos, con
forma de embarcación vikinga invertida, o cornamenta de búfalo.. Muchas están
consideradas auténticas obras de arte y por ello muchos venimos hasta aquí para
poder ver cosas tan sorprendentes como éstas. Algunas sirven de vivienda
familiar dividida en dos estancias al extremo y una grande central donde se
realizarían las reuniones o las comidas.
Otras muy parecidas, pero más pequeñas,
donde guardan el arroz acompañan a menudo al conjunto arquitectónico. Suelen
presentarse unas frente a otras en una línea de hasta más de cuatro tongkonan por kampung o
comunidad. Muchos torajas viven en casas de madera o cemento, más
modernas, situadas al lado, dejando los tongkonan para guardar las cosechas, como
trasteros o para las visitas en ciertas ocasiones especiales. La parte baja de
la casa suele ser usada para guarecer a los animales.
Son la base de la vida familiar. Me
contaba Jesor que los torajas nunca preguntan
cuál es el nombre de tu abuelo o de tu padre, sino, ¿dónde está tu tongkonan?. Las
familias se agrupan en clanes, marcados por su estatus social, que será visible
justo en el poste central de la casa donde exponen los cuernos de los búfalos
sacrificados. Cuanto más cuernos, más sacrificios realizados y por ende más
ricos son.
Durante los días que me quedé en Rantepao seguí con el mismo guía que me seguiría llevando en su moto, por el mismo precio, y por diferentes zonas de Tana Toraja.
Durante los días que me quedé en Rantepao seguí con el mismo guía que me seguiría llevando en su moto, por el mismo precio, y por diferentes zonas de Tana Toraja.
En principio pensaba hacer varios días
de caminata por los senderos que cruzan los poblados, pudiéndome quedar en
casas particulares pero como se esperaba que cambiara la climatología, ya que
los siguientes días siempre llovía al atardecer, me pareció más cómodo ir en
moto a los diferentes lugares que podría haberlo hecho a pie.
Si el primer día nos centramos en la zona S., los siguientes serían en la N., donde se extiende el valle Sa’dan y las montañas del país Toraja visitando Bori, Palawa, Lempo, Batutumonga y Lo'ko Mata, disfrutando de las hermosas vistas de las verdes terrazas de los arrozales, las montañas y los habitantes de la zona trabajando la tierra. Todas las mañana la bruma temprana asciende sobre los campos de arroz ya irrigados y el agua que inunda los brotes continúan reflejando aquella nubes que anuncian la lluvia. Por si acaso llevo en mi mochila un poncho y un paraguas.
Si el primer día nos centramos en la zona S., los siguientes serían en la N., donde se extiende el valle Sa’dan y las montañas del país Toraja visitando Bori, Palawa, Lempo, Batutumonga y Lo'ko Mata, disfrutando de las hermosas vistas de las verdes terrazas de los arrozales, las montañas y los habitantes de la zona trabajando la tierra. Todas las mañana la bruma temprana asciende sobre los campos de arroz ya irrigados y el agua que inunda los brotes continúan reflejando aquella nubes que anuncian la lluvia. Por si acaso llevo en mi mochila un poncho y un paraguas.
A varios kilómetros del centro se encuentra el mercado semanal de ganado (Pasar Bolu) que tampoco podía dejar de visitar. Allí se venden los búfalos y cerdos que se sacrificarán en los funerales. En el patio central de unos
corrales se encuentran amarrados por la nariz a una cuerda alta los búfalos de
los diferentes dueños apostados bajo una zona techada que esperan a los
compradores. En otras zonas se venden los cerdos amarrados de patas a un poste de bambú apilados en el suelo o agrupados en varios corrales. A un lado, los
vendedores de gallos de peleas también tienen su punto de venta, como lo tienen
los vendedores individuales de búfalos en el centro del descampado. Aquí
destacan particularmente unos pocos búfalos albinos, de piel parcialmente blanca,
hocico sonrosado y ojos claros. Estos raros bóvidos pueden alcanzar altísimos precios,
llegándose a pagar, dependiendo de su tamaño, hasta 10.000€.